Dentro de la cargada e interesantísima agenda de noviembre, Jessica Pratt tomó el escenario de la sala Independance en Madrid con una propuesta tan enigmática como cautivadora. En un espacio abarrotado, bajo la luz tenue que bañaba el escenario, la artista californiana presentó un repertorio que transitó desde lo nostálgico hasta lo contemplativo. Acompañada de una banda que, en cada nota, logró un sonido orgánico y compacto, la autora de uno de los discos del año como es ‘Here In The Pitch’ convirtió la sala en un refugio de sonidos suaves y letras enigmáticas que parecían flotar sobre el público. No fue un espectáculo para quienes buscan un clímax explosivo; fue una experiencia de atmósferas contenidas, donde cada silencio tenía un peso casi tangible.
La elección de Jack J como telonero fue un acierto absoluto; su propuesta melódica, con ese toque de soul y resabios de dub, parecía envolver al público en una atmósfera introspectiva, como si estuviera creando una burbuja de intimidad compartida donde el tiempo y la prisa desaparecían.
Jack J ofreció un estilo único que parecía transportarnos a paisajes nostálgicos y cinematográficos. Con un ritmo pausado y envolvente, sus composiciones invitan a un espacio donde la nostalgia y la modernidad conviven, evocando la calma de una noche en la costa canadiense. Su habilidad para combinar géneros de manera tan natural como impredecible conectó de inmediato con un público dispuesto a dejarse llevar por una experiencia sensorial. La atmósfera que creó fue el preámbulo perfecto para recibir a Jessica Pratt y su mundo de folk íntimo y delicado.
Cuando Pratt tomó el escenario, la continuidad en la atmósfera fue palpable. El concierto comenzó con ‘World on a String’, una elección medida para abrir la noche. Sin apresurarse, Pratt capturó la atención de todos con su voz peculiar y frágil, mientras las primeras notas marcaban el tono de lo que sería el resto de la actuación. La timidez de la artista era evidente: su presencia en el escenario se sentía casi como una confesión compartida, como si cada palabra que pronunciaba al micrófono le costara un esfuerzo de sinceridad. Los músicos que la acompañaban —una banda minimalista y precisa— sabían cuándo retirarse al fondo y cuándo entrar en escena para dar color a cada canción, manteniendo siempre ese tono etéreo y contenido.
Pratt siguió con ‘Poly Blue’, una de sus composiciones más evocadoras, que en directo adquirió una textura casi onírica. Con la guitarra y la voz en el centro, su interpretación se sentía íntima y sin adornos, como una charla a media luz. Su capacidad para proyectar emociones sin la necesidad de grandes gestos quedó patente, y en ese tema su guitarra fue más que un acompañamiento: era una extensión de su estado de ánimo, tan sutil como su propia voz. La sala, llena de oyentes atentos, mantenía un silencio reverente, como si se tratara de una comunión tácita con cada acorde que salía del escenario.
En ‘Get Your Head Out’ y ‘Greycedes’ el tono se volvió aún más introspectivo, con Pratt y su banda creando una atmósfera densa pero fluida. La percusión y el bajo acompañaban de manera tan sutil que parecían un susurro, acentuando el aire melancólico que caracteriza la música de Pratt. En cada pausa, en cada cambio de acorde, se podía sentir una profundidad emocional que trascendía las letras, transmitiendo una especie de nostalgia compartida que resonaba entre el público. Sin apenas dirigirse a los presentes, la artista lograba que cada uno se sintiera parte de una narrativa compartida, un hilo invisible que unía a todos en la sala.
‘Better Hate’ y ‘By Hook or by Crook’ trajeron consigo un cambio de ritmo que rompió sutilmente el ambiente. Con una ligera influencia de bossa nova, Pratt mostró una faceta más relajada, casi juguetona, sin perder nunca la seriedad que caracteriza su estilo. Estos temas parecían explorar otras tonalidades, otros paisajes sonoros, sin abandonar el estilo minimalista y nostálgico que define a la artista. La banda, en perfecta sintonía, dejaba espacio para que cada nota de la guitarra y cada susurro de Pratt pudieran resonar en la sala, en un equilibrio delicado que mostraba la maestría de todos los músicos en escena.
Después, con ‘Opening Night’ y ‘As the World Turns’, Pratt retomó la atmósfera intimista y melancólica que marcó el inicio del concierto. En estos temas, su voz y su guitarra parecían flotar sobre el acompañamiento instrumental, mientras la iluminación tenue y cálida reforzaba la sensación de introspección. Cada canción era una especie de susurro en el oído de la audiencia, una invitación a detenerse y escuchar el peso de cada acorde, de cada pausa. El silencio que envolvía la sala no era solo respeto, sino una respuesta a la intensidad emocional que Pratt lograba transmitir sin esfuerzo aparente.
A continuación, ‘Here My Love’ y ‘Back, Baby’ sirvieron como un puente hacia el pasado, como si Pratt estuviera recordando a la audiencia los orígenes de su carrera musical. Estas canciones, con un tono más nostálgico, parecían llevar consigo el peso de los años, de las experiencias vividas, y el público reaccionó con un cariño especial. En ‘Back, Baby’, la artista desnudaba sus emociones de una forma que solo ella puede lograr: con un tono calmado, casi confesional, que parecía buscar el rincón más íntimo de cada espectador. La banda, siempre en su lugar, creaba un sonido envolvente que intensificaba cada palabra de Pratt, cada arpegio de su guitarra.
El clímax de la noche llegó con ‘The Last Year’ y ‘Life Is’, canciones que reflejan la evolución de Pratt como artista. En estas piezas se percibe una madurez que ha ido desarrollando con el tiempo, un entendimiento de la vida y el paso de los años que otorga a su música un tono de resignación melancólica. En ‘Life Is’, la última canción antes del bis, Pratt parecía estar diciéndole al público que la vida es efímera y a la vez hermosa en su imperfección. La interpretación fue intensa pero serena, como si estuviera despidiéndose no solo del público, sino de una parte de su propio ser que quedaba en cada acorde.
El público no estaba listo para dejarla ir, y entre aplausos y gritos de agradecimiento, Pratt regresó para interpretar ‘On Your Own Love Again’ como primer bis. Esta canción, quizás una de las más queridas por sus seguidores, sonó como casi cierre perfecto para una noche de emociones contenidas y silencios elocuentes. Sin embargo, quedaba todavía en la recámara una y ‘Fare Thee Well’ con la que sumirnos aún más en ese estado de ánimo deambulante y extremadamente reconfortante. Al despedirse, Jessica apenas sonrió, agradeciendo de una forma tan discreta como su música. Y así, dejando tras de sí un aire de nostalgia y silencio, se retiró del escenario, dando por terminado un concierto que dejó una huella en cada asistente, como un eco sutil que aún resuena en los recuerdos de quienes estuvieron allí.
Jessica Pratt mostró en la sala Independance que el folk puede ser un susurro cargado de fuerza, un silencio que, lejos de vacío, está lleno de significado. En una noche donde la delicadeza fue la protagonista, la artista californiana recordó que no hacen falta grandes despliegues para llegar al alma del público.
Los Comentarios están cerrados.