El último trabajo de Ela Minus, 'DÍA', es un testimonio de transformación. En una industria musical, especialmente la relacionada con la electrónica, donde la inmediatez se impone sobre la contemplación, este disco nos invita a detenernos y sentir. No es un ejercicio de regodearse en los pensamientos más íntimos, sino una propuesta que confronta el presente con sus propias contradicciones. En la obra de la artista colombiana se percibe la lucha entre la estructura y la libertad, la búsqueda de un espacio donde la repetición no signifique monotonía, sino trance, una vía hacia la introspección.
Esa misma dinámica se trasladó a la Sala Nazca de Madrid el pasado martes, cuando Ela Minus ofreció un concierto que fue más allá del simple espectáculo: se convirtió en una experiencia sensorial, en un rito compartido. Desde que sonaron los primeros compases de 'Abrir monte', la artista tejió un ambiente donde los sintetizadores funcionaban como elementos orgánicos, casi palpables. La cuidadosa ambientación, con diferentes focos de luz que recreaban un aire de ritual, sumergió al público en una experiencia que trascendía lo meramente musical. La escenografía, envuelta en luces cambiantes y humo denso, acentuó esa sensación de misticismo que caracterizó toda la presentación.
Con 'BROKEN', la intensidad aumentó. Los graves retumbaban en el pecho sin piedad, añadiendo una dimensión casi física al sonido. Las bases programadas golpeaban como un latido irregular, mientras la voz de Ela Minus flotaba entre los sonidos con una claridad que contrastaba con la densidad instrumental. La tensión se mantuvo con 'IDOLS', una pieza que evocaba una sensación de desafío, un enfrentamiento entre la fragilidad y la determinación. El ruido latente, que subyacía en muchas de sus canciones, se hacía evidente, celebrando las imperfecciones sonoras que aportan siempre mayor realismo a cualquier base sintética.
En 'I WANT TO BE BETTER', la energía se reconfiguró. Si hasta ese momento la música había sido un enfrentamiento, ahora se tornaba en una afirmación. La cadencia de los sintetizadores y la estructura repetitiva sugerían una forma de resistencia a través del ritmo. Sin embargo, fue con 'megapunk' y 'el cielo no es de nadie' cuando la noche alcanzó su punto de mayor euforia. La distorsión sutil, el ruido de fondo que vibraba sin ser estridente, aportaba una textura que hacía que cada beat tuviera una fisicidad innegable. Por momentos, el concierto adquirió un carácter verdaderamente punk, celebrando la comunión con un público que disfrutó mucho de la parte más liberadora de los estribillos.
Cuando llegó el turno de 'IDK', el ambiente adquirió un matiz distinto. La noche había transitado por distintos estados emocionales, y este tema sirvió como un puente hacia la parte final del concierto. Fue un momento de introspección antes del gran estallido de 'QQQQ', donde el público se entregó sin reservas. Fue la liberación completa, uno de los temas más festejados de la noche, en el que la artista bailaba y sentía cada uno de los compases como si fueran una extensión de su propio cuerpo. Era el clímax de la presentación, el punto de mayor desenfreno antes de iniciar el descenso.
El cierre con 'ONWARDS', 'UPWARDS' y 'COMBAT' fue un ejercicio de equilibrio. Ela Minus supo reducir la intensidad sin que la energía se disipara abruptamente. 'COMBAT' llegó suave, como observar las brasas de un incendio apagándose lentamente. En el escenario, la artista se mostró magnética, pero con ganas de disfrutar, bailando y sintiendo cómo su propuesta esconde una cierta euforia que trasciende los momentos más oscuros. Fue capaz de unir lo terrenal con el carácter más abstracto, logrando llevar al público a una especie de trance, transmitiendo precisamente la euforia que llega después de una mala racha. Como el resplandor de los últimos fuegos artificiales que despiden los festejos populares, la música se disipaba lentamente, dejando en el aire una sensación de plenitud.
