Crónica

Cate Le Bon · Robin Kester

Mon Live

06/11/2025



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Cate Le Bon llegaba a Madrid dentro de la gira de presentación de su flamante ‘Michelangelo Dying’, un disco nacido del más profundo desamor y del intento de recomponer, con delicadeza y extraña lucidez, los fragmentos de un corazón herido. En esta colección de canciones, la artista galesa se adentra en las distintas fases de la recuperación emocional tras una ruptura, transitando entre la melancolía y la aceptación con una sensibilidad que roza lo místico. Quedaba por comprobar, sin embargo, cómo ese proceso interior podía trasladarse al directo, de qué manera Le Bon sería capaz de defender en el escenario su particular forma de ensamblar las piezas de un puzzle que conduce, poco a poco, hacia la luz.

Lo cierto es que la puesta en escena se convirtió en un espacio de recogimiento, casi ceremonial, en el que los recuerdos evocados por cada tema parecían materializarse para ser liberados a través de una actitud sobria, por momentos afligida, pero nunca distante. Esa contención emocional, tan suya, tan precisa, se desvanecía de inmediato cuando tocaba agradecer al público la calidez y el respeto con que la acompañaban.

En este sentido, jugó a favor de la atmósfera íntima del concierto el gesto de la artista al colgar un cartel solicitando, de manera explícita, que no se tomaran fotografías ni vídeos durante la actuación. Una petición poco habitual en estos tiempos que, sorprendentemente, fue respetada a rajatabla, reforzando así la sensación de estar viviendo algo único, un pequeño pacto de silencio entre quien interpreta y quienes escuchan.

Antes de todo esto, asistimos al breve set de la holandesa Robin Kester, una artista de Róterdam que demostró cómo, a pesar de presentarse en solitario y con buena parte del acompañamiento instrumental grabado, posee el talento y la presencia necesarios para lograr que el público enmudeciese. Tan solo con su guitarra y su pedalera fue capaz de desgranar el universo sonoro que encierra su LP debut, ‘Dark Sky Reserve’, un trabajo sumido en un dream pop de finos matices barrocos que, en directo, adquirió un aire más artesanal, despojado de cualquier adorno.

Cuidando cada matiz para no romper el hechizo y evitar la vertiente más incisiva de su música, Kester hizo que sus composiciones fluyeran cálidas y cercanas, buscando que fueran recibidas con ternura y atención. Entre canción y canción, se mostró especialmente agradecida a Cate Le Bon por haberla invitado a la gira y compartió con una sonrisa que su hermano vive en Valencia, detalle que despertó la simpatía del público.

De forma puntual, a las nueve y media de la noche, Cate Le Bon y su nutrida banda compuesta por cuatro músicos dieron inicio a uno de esos directos que desde el primer acorde atrapan sin remedio. Con una carrera tan singular como la suya, en la que el impulso más experimental, de melodías casi dadaístas y ritmos que se ramifican en múltiples direcciones, ha ido abriéndose hacia una reinterpretación más accesible y emocional de su obra, Cate demostró en Madrid una habilidad innata para hacer convivir todas esas etapas en un mismo relato sonoro. Cada movimiento, cada mirada, cada acorde parecía conectar su pasado con el presente con una naturalidad solo alcanzable tras años de exploración y madurez artística.

El concierto arrancó exactamente igual que su más reciente disco, con una ‘Jerome’ que desde el primer instante estableció el tono íntimo y contenido de la noche. Las miradas perdidas en el infinito, la tensión que se percibía en el ambiente, la manera en que Cate pronunciaba cada palabra con un peso especial, todo transmitía la sensación de asistir a una catarsis emocional. Se intuía que esas canciones nacían de un territorio profundo, de un tiempo convulso donde el dolor y la lucidez se entrelazan hasta resultar inseparables. ‘Jerome’ abrió así una grieta luminosa por la que comenzó a colarse la emoción, marcando el pulso de un concierto que, más que una actuación, se vivió como una confesión compartida.

A través de un sonido impecable, donde la abundancia instrumental encontraba un equilibrio casi milagroso, el trance en el que Cate Le Bon nos sumergió fue absoluto. Desde los dos saxofones hasta el xilófono, pasando por el teclado y la guitarra distorsionada que la acompañó durante todo el set, cada instrumento se distinguía con nitidez, sin que ninguno eclipsara al resto. El resultado fue una experiencia sonora hipnótica, un ritual contemporáneo que evocaba la solemnidad de las tragedias griegas, pero despojado de dramatismo exagerado, reducido a una emoción sincera, tangible, profundamente humana.

‘Love Unrehearsed’ surgió en ese contexto como una invocación, lanzada con convicción, atravesando la sala como un eco que se quedaba suspendido en el aire. A continuación, ‘Daylight Matters’ actuó como un bálsamo, desplegando un tono más relajado, casi sanador, como si Cate buscara abrir un resquicio de luz, un refugio interior donde el tiempo pudiera fluir con suavidad y el dolor transformarse en calma.

Sin dejar de lado algunos de sus temas más recientes, como ‘Moderation’, Cate Le Bon dejó patente que lo suyo no consiste en desplegar dramatismo, sino en mantenerse en un estado emocional constante, donde la repetición, el pulso y la dureza de sus letras logran por sí solas el efecto buscado. Así ocurrió con la tensión contenida de ‘About Time’, donde su mirada fija, cargada de intención, parecía examinar el interior de cada espectador, buscando una complicidad silenciosa.

Hubo, no obstante, ciertos momentos de alivio. Una leve concesión a lo lúdico con una ‘Mother’s Mother’s Magazine’ juguetona y desenvuelta, un breve paréntesis en el que Cate, micrófono en mano, consiguió uno de los instantes más espontáneos de la velada. Algo parecido sucedió con ‘Sand Nudes’, que aportó otro destello de ligereza dentro de un repertorio marcado por la introspección.

Pero fue con ‘Pieces of My Heart’ cuando llegó uno de los puntos álgidos del concierto, una interpretación que concentró el verdadero sentido de toda la noche: recoger los fragmentos, recomponerlos y convertirlos en algo artístico, singular y, en cierto modo, reparador. En ese momento, todo pareció encajar, como si Cate Le Bon nos recordara que incluso de la vulnerabilidad puede nacer una forma de fortaleza.

Sin perder el pulso, llegó lo que sería prácticamente la traca final del concierto, un tramo en el que Cate Le Bon desplegó toda su elegancia y magnetismo. ‘French Boys’ destacó por su sutileza, mientras que ‘Heaven is No Feeling’, el single más claro de su último disco, se erigió como un instante de pura claridad, casi una declaración de intenciones sobre su porvenir musical. Después, ‘Home to You’ y ‘Remembering Me’ se entrelazaron con naturalidad, mezclando emoción y transparencia, como si ambas fueran reflejos de una misma búsqueda interior.

Como colofón, ‘I Know What’s Nice’ clausuró el set principal con la energía más desbordante de la noche, confirmando que la disposición de las canciones respondía a un hilo narrativo que reconstruía su propio recorrido vital. Con el público deseando más, la artista regresó al escenario para ofrecer una ‘Miami’ onírica y casi narcótica, impregnada de ese aire soleado y desconcertante que sugiere la ciudad homónima. Finalmente, ‘Harbour’ cerró la velada con delicadeza, mostrando cómo su música puede moverse también en un terreno más liviano sin renunciar a la hondura sentimental.

En definitiva, fue una muestra incontestable de talento, sensibilidad y coherencia creativa. Un concierto que confirmó que Cate Le Bon transita por unas coordenadas sonoras completamente distintas a las de cualquier otro artista contemporáneo, guiada por su intuición, su singularidad y una visión del arte que trasciende cualquier etiqueta.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.