Crónica

Black Lips

Independance Club

25/11/2021



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En tiempos donde todos estamos ansiosos por pillar giras internacionales que de verdad nos ayuden a recuperar las sensaciones perdidas, la de Black Lips se presentaba como una de aquellas realmente infalibles si tentemos en cuenta su trayectoria y una mínima idea de cómo han sido sus directos en el pasado por nuestro país. A pesar de ello, quedaba por ver su nueva puesta en escena más centrada que nunca en dar rienda suelta a su lado country, aquel que salió a relucir al máximo en Sing In A World That’s Falling Apart, su más reciente trabajo publicado al inicio del año pasado. No era de extrañar que en nuestra cabeza nos costase imaginar como iban a causar la euforia manifiesta de los presentes a través de alguna que otra baladita más propia de una tarde de rodeo, algo que en seguida pudimos vivir de cerca, afirmando como la pegada del grupo causó que todos estos escenarios teorizados se convirtiesen en realidad. Se puede decir que los de Atlanta lo lograron a base de meterle una marcha más a los temas y apostar por un sonido realmente contundente y atronador, pudiendo disfrutar de este modo de otro derroche más de energía desmesurada con el que sentir como no pasan los años por ellos.

Con una sala Independance abarrotada como en los buenos tiempos, la banda comenzaba, previa apertura del telón, directa y al grano con una ‘Sea of Blasphemy’ que llegaba cargada de todo el ímpetu del mundo. Guitarras engrasadas, voces rotas y esas poses de estrellas de rock sureño donde no escaseaba la gomina ni la forma bravía de pisar los pedales de sus micrófonos al estilo de Elvis Presley. No tardaron tampoco en dejar claro como son los padres del garage del siglo XX gracias a una ‘Family Tree’ que sigue sonando tan cargada de euforia como la recordábamos. De hecho, se puede afirmar que en este segundo corte comenzaron los pogos para no parar en ningún momento de la noche, disfrutando por fin de uno de esos directos donde el sonido pega fuerte en el pecho y te deja con pitido en los oídos durante los dos próximos días. Con una Zumi Rosow perfectamente integrada en el grupo, acaparando momentos de protagonismo total gracia a esas interpretaciones tan caóticas que encajan tan bien con el resto de la formación, pudimos comprobar como con el paso de los años el grupo ya no lo deja todo a la entrega más absoluta, sino que sabe bien como medir las fases del concierto y así asegurarse la victoria a través de cualidades técnicas.

A través de un perfecto recital de clásicos y no tan clásicos, pero con ese punto de rotundidad que siempre se espera en sus directos, destacó sobremanera la interpretación a grito vivo de ‘Can’t Hold On’ y ‘Cold Hands’, sacando de este modo a relucir su cara más tabernaria y relacionada con combatir las penas a través de lamentos un tanto desgarradores. A pesar de ello, aunque estos momentos permaneciesen con fuerza en nuestras retinas durante buena parte de la velada, también lo hicieron otros con la misma fuerza o más, totalmente basados en ritmos saltarines asociados a la canción norteamericana más tradicional. Para nuestra completa sorpresa, composiciones del estilo a ‘Angola Rodeo’, ‘Get It On Time’ y en especial ‘Hooker Jon’, trajeron tras de sí un frenesí desmesurado donde los bailes más espontáneos de la noche salieron a relucir al máximo. La forma en la que Jared Swilley se dejaba la garganta, todo ello unido a unos punteos milimétricos y ese estado propio de estar todos poseídos por coros al unísono inquebrantables, es lo que propició la unión definitiva entre la parte más clásica del grupo y estos nuevos himnos de atardeceres bañados en whisky. La comunión perfecta entre artista y público que pudo apreciarse al máximo en una ‘Gentleman’ que sonó en los bises y que sin lugar a dudas se celebró como el mayor cántico contra el desánimo que pudimos encontrarnos en la velada.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.