Un personaje tan proteico y versátil como Bigott queda fuera de toda hoja de ruta, con él no sabes qué te vas a encontrar, él encara los conciertos como una performance donde según su estado de ánimo todo puede suceder. El pasado sábado, con una sala Apolo fláccida y con una afluencia de público algo rácana, asistimos a una nueva visita del zaragozano; con las sábanas algo pegadas y sableando quince minutos de reloj, entró con porte parsimonioso, derechito a repantingarse en un taburete que miraba a las primeras filas, como falto de ánimo, una advertencia de lo que acontecería esa noche.
Ese carácter zíngaro, deudor de cierta pose “compi-yogui” - con sombrero pescador , camisa a rayas y barba hirsuta- se manifiesta no solo en su actitud en el escenario sino también la elección de las canciones que tocará esa noche; como quien tira unos dados para ver qué incluirá en el setlist, él decide atacar de una vez casi la mitad del disco “This is all wrong”; todo muy díscolo y alocado, sin ninguna razón que justifique esa elección. Porquesí.
De esta forma, los primeros minutos del show los dedicó a recrear prácticamente el mencionado disco en su totalidad, desde “I love monkeys” a “Astral cat”, pasando por “No worries” o “Angels and apples”, salpimentado por algunas incursiones a otros trabajos como “Gipsy loop”, “On fire”, esta última incluida en su reciente larga duración, del que presentó un nutrido material.

Es de acuse de recibo recalcar que estas primeras canciones de la noche estuvieron impregnadas de cierto rock psicodélico que a veces alcanzaba un respetable octanaje; lástima que fueron acometidas con un hilillo de voz que apenas resonaba en la sala 2 de Apolo, derivando en ocasiones en una suerte de balbuceo que moría si alguien abría la boca y empezaba a radiar su semana, cosa que esta vez no se produjo, afortunadamente.
En medio de esta colleja no sería justo pasar por alto la solvencia de la banda que esa noche acompañaba al zaragozano, con mención especial al estupendo trabajo a las cuatro cuerdas de la bajista Clara Carnicer, quien se comió la parte derecha del escenario con unos arrebatos rockeros que ya quisieran muchos jevis de pelo en pecho.
Los sufridos fans que veían cómo se comía buena parte de los noventa minutos con material de un solo disco -a veces, con alguna broza de por medio, admitámoslo- tuvieron su caramelito con “Baby Lemonade”, la power-popera “Don´t know why”, o “Dirty Patrick”, con ese falsete de sexo turbio a lo Isacc Hayes.
En los bises, acento germano en el ritmo motorik de “B alone”- con recadito a Sterolab, para qué engañarnos- y una vigorosa “Local meditation” , estupendo noise rock que al menos nos despidió con buen rollo a pesar de algún mal trip.







