Arlo Parks llegaba a La Riviera consolidada como un nuevo fenómeno pop totalmente atípico, bien por las influencias presentes en su música como por todo lo que implica escribir sobre problemas generacionales cuando realmente la protagonista los ha sufrido en sus propias carnes. Sintiendo como su ascenso meteórico está más que justificado a juzgar por el contenido musical de sus temas, quedaba por ver como era capaz de defenderlos en directo, ya que a pesar de que sus composiciones se mueven por lo general en un gran minimalismo, siempre podemos intuir lo apoteósicas que serían respaldadas por una banda en vivo detrás. Lo cierto es que durante los 55 minutos de actuación ofrecida por momentos sí que vivimos ese margen de épica encerrada en una interpretación instrumental más intensa que en la versión de estudio, pero realmente lo más destacado y memorable del concierto resultó ser la forma en la que Arlo es capaz de imprimir emoción a sus temas, dejándonos ante una personalidad magnética y embriagadora encima del escenario.
Para ponernos mejor en situación de cómo se desarrolló el directo, no podemos pasar por alto la disposición de la banda que concedía total libertad de movimientos a la artista, centrando todos los focos en ella pero al mismo tiempo pareciendo rehuir de ellos debido a esa forma de moverse por el escenario cantando en ocasiones con la mirada hacia el suelo. Ataviada con una camiseta de Misfits, Arlo se mostró en todo momento de lo más agradecida a su público, interaccionando prácticamente entre canción y canción para conducirnos a los tiempos precisos en los que cada uno de los temas fue compuesto. Esta honestidad marcó en todo momento la tónica del concierto, hablando abiertamente tanto dentro como fuera de los temas de ciertos malos momentos vividos. Por razones como esta, entrar de lleno en el viaje al interior de su cabeza y corazón que nos propuso en su directo no resultó nada complicado, evidenciando como el protagonismo de las emociones más universales es algo que está de lo más presente en su música.

Adentrándonos en cómo fue discurrieron del directo, destacó lo potente que comenzó gracias a una ‘Hurt’ con la que desplegó los ritmos más R&B posibles, evidenciando como desde un primer momento tanto el público nacional como foráneo estaban dispuestos a dejarse llevar por todas las acciones sobre pérdida y reconstrucción que pueblan sus temas. Logrando que poco a poco su banda tuviese su cierta dosis de protagonismo, destacó la forma en la que sus miembros interactuaban a modo de una jam session jazzística, haciéndose patente con creces en canciones como la delicada e inmersiva ‘Green Eyes’ o una ‘Portra 400’ que nos condujo hacia esas influencias más clásicas cercanas a la canción espiritual. En una cara un tanto opuesta también brilló con luz propia ‘Black Dog’, logrando que el tema se moviese de una forma tenue a través de los leimotivs marcados por los teclados.
A pesar de que lógicamente los temas más coreados de la noche llegasen por la vía de los estribillos contagiosos pegajosos de ‘Caroline’ o ‘Eugene’, resultó innegable como algunas de las estampas del concierto se presentase a través del remanso de paz ofrecido por la acústica ‘Angel’s Song’, sacando a relucir esa habilidad brutal para transitar entre géneros musicales a priori de lo más alejados y que todo suene completamente coherente. Del mismo modo, tampoco nos quedamos con las ganas de escuchar la final ‘Hope’ donde Arlo saca a relucir todas sus virtudes vocales al mismo tiempo de hacernos sentir más de cerca que nunca el mensaje tan alentador que esconde el tema. Así es como redondeó una velada que sirvió para entender a la perfección a una auténtica ídolo pop que ha forjado su carrera sin ningún tipo de estridencias, sino confiando en la naturalidad de su talento y la necesidad de plasmar en todo momento las situaciones más dramáticas que se suceden a su alrededor.

