El ambiente fue mágico la pasada noche del 18 de junio en los Jardines del Botánico de Madrid. Un escenario natural inigualable aguardaba expectante la llegada de una de las voces más singulares y cautivadoras de nuestro tiempo: Anohni. La artista transgénero, antes conocida como Antony Hegarty, tenía preparado un espectáculo único y arrebatador para los afortunados presentes.
Las nubes amenazantes que cubrieron el cielo madrileño durante buena parte del día parecían conspirar contra la celebración del concierto. Sin embargo, como por arte de magia, el firmamento se abrió justo a tiempo para dar paso a una noche templada de luna creciente. Un augurio de que lo que allí se vivió quedaría grabado a fuego en la memoria.
Aunque existían algunos asientos vacíos en la grada, tal vez por el susto de la lluvia previa, los asistentes formaban una audiencia compacta que aguardaba en solemne y reverencial silencio. Presagios de la experiencia casi litúrgica que aguardaba a quienes han hecho de la música de Anohni una suerte de religión secreta.
La primera señal de que estábamos a punto de presenciar algo fuera de lo común llegó con la enigmática aparición de Johanna Constantine, una figura femenina con cornamenta de ciervo cubriendo su rostro. Sus movimientos rituales, potenciados por un juego de luces y sombras, sembraron el escenario de un halo de misterio atemporal.
Y entonces, después de esa suerte de invocación, Anohni hizo su entrada triunfal envuelta en un resplandor blanco impoluto. La acompañaban nueve excepcionales músicos también ataviados con ropajes del mismo color iniciático. Un diseño de luces led serpenteaba por las paredes del escenario, otorgando un aire etéreo a los intérpretes cuando se teñían de rojo ardiente.
Los primeros y desgarradores tonos de ‘Why Am I Alive Now?’ sirvieron de lanzamiento para uno de los viajes musicales más intensos y conmovedores que se recuerdan. Con su voz profunda pero capaz de angelicales quiebros, Anohni cautivó desde el primer instante, transportando a la audiencia a un trance febril.
Temas como la intensa ‘4 Degrees’, con sus arreglos orquestales y poderosos acordes de piano, o la desgarrada ‘Manta Ray’ siguieron elevando la celebración casi ritual en la que se convirtió el concierto. Versiones como el tradicional ‘Sometimes I Feel Like a Motherless Child’ adquirieron nuevas dimensiones transformadoras gracias a la singular entrega vocal.
En los intermedios entre algunas canciones se proyectaron impactantes vídeos con rostros de activistas como Marsha P. Johnson y potentes mensajes contra la injusticia y la desigualdad. Anohni además aprovechó para arremeter verbalmente contra las lacras del acoso y la violencia machista, exigiendo mayor representación femenina en los principales espacios de poder.
Sin embargo, nada de esto distrajo de la absoluta magia que la artista lograba crear solamente con el instrumento de su extraordinaria voz. Una voz que parecía capaz de encerrar los lamentos más profundos de la condición humana, pero también las cumbres más sublimes de belleza y espiritualidad.
Hubo momentos en los que sus registros y ademanes evocaron los celestiales arrebatos de Aretha Franklin u otras grandes divas del soul. En otros, sus agónicos aullidos recordaban a Diamanda Galás o el nihilismo trascendental de Marvin Gaye. También asomaron ecos desgarrados de Lou Reed en algunas inflamadas entregas.
Los arreglos instrumentales, que navegaron desde una intimista desnudez en torno a un piano hasta ambiciosas arquitecturas cercanas a las grandes orquestas sinfónicas, sirvieron de orquestación ideal para tan intensas y cambiantes emociones vocales. Piezas como ‘Cut the World’, con sus atmósferas espectrales, o ‘You Are My Sister’, repleta de profunda emoción, quedaron talladas a fuego en los corazones de todos los presentes.
Anohni concibió este concierto como una suerte de ceremonia catártica en la que atrapar a los asistentes en un trance emocional prácticamente extático. Desde la enigmática apertura a cargo de la criatura misteriosa de cornamenta, hasta los truenos distorsionados que cerrarían la noche, ella fue la medium principal oficiando un ritual de conexión con los estados más elevados y trascendentes del alma.
Los momentos finales, con una versión soberbia de ‘Drone Bomb Me’ antecediendo a la reconciliadora ‘Hope There's Someone’, cerraron el círculo mágico dejándonos sumidos en un éxtasis febril. Una especie de trance emocional imposible de asimilar con palabras.
Al abandonar al fin el escenario, no sin antes agradecer efusivamente al público su entrega, Anohni nos dejó con la ardua tarea de recomponer nuestras almas después de tan intenso y catártico periplo. Una gesta mayúscula en la que una voz prodigiosa nos había conducido a esas cumbres místicas y abismales reservadas a los más grandes oficiantes de la música.
Afirmaciones tan manidas como "concierto memorable" o "noche mágica" quedan muy cortas para definir lo que se vivió en los Jardines del Botánico aquella noche. Anohni logró trascender los límites de un mero espectáculo musical para conducirnos por caminos puramente espirituales e hipnóticos. Una experiencia marcada para toda la eternidad en el corazón de quienes fuimos testigos de su singular poder transformador.
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