Una bala directa a la conciencia. Así son Tiger Menja Zebra, un grupo catalán que conocimos en 2012 con su disco Com començar una guerra. Fuertes distorsiones zumbaban en nuestros oídos mientras voces alteradas hablaban de McDonalds en ruinas y escuadrones de jubilados que tomaban las armas. Y así seguía todo el LP. Gruñidos, pitidos, canciones provocadoras con muy poca letra que te mantienen enganchado con sus efectos sonoros. Efectos dignos de película de terror grabada con la cámara al hombro en un bosque. Este grupo nace del desencanto, de observar un entorno al que tienen que reaccionar. Sus sonidos apuran los límites sin miedo, más bien con gusto. Corren hasta el pie del precipicio, hasta el extremo donde caen las piedras que se desprenden.
Después de dos años rumiando sobre su propia ‘destrucción del ser humano’, como llamaron al concepto de sus temas; los Tiger lanzaban Super Ego, un disco que sería un bombazo y revolucionaría el panorama musical. La guerra había acabado y la habían ganado. Subgraves y fuertes golpes de bombo seguían dominando sus canciones. ‘¿Para qué ser líricos?’, dicen los propios autores. Super Ego se graba a sangre y fuego, es el grito de los vencidos, letras beligerantes ocupan todos los minutos (que les dejan) los sonidos que reventarían cualquier altavoz. Te teletransporta a un estado de guerra civil real, casi puedes oler el humo y el gas de algunas de sus canciones, la tensión de ver un lugar que acaba de ser bombardeado. No saber si saldrá alguien.
Una nueva guerra se avecina y los Tiger Menja Zebra quieren cerrar su trilogía. Anaquia i Mal de Cap es un disco que cogemos con ganas. La rabia que les precede continúa, y más viva que nunca. Este trabajo es una ‘vía de no retorno’, según los propios integrantes, que además estrenan nuevos miembros. Con un nuevo batería los sonidos pueden cambiar mucho y así lo han hecho. Los Tiger han dado un paso más y han convertido su música en un after constante, pero sin dejar de lado su crítica a un mundo post-bélico que no está lejos de la realidad. Como en sus LPs anteriores, prescinden de la guitarra para darle un toque mucho más crudo y salvaje a sus canciones, que sin duda consiguen con los bajos y la batería, ahora doblada. El grupo catalán ahonda en la idea de ese nihilismo desengañado, del sin-sentido de nuestras vidas, en las que actuamos como robots, para crear este disco que suena a piñón 140 bpm, con un rugido casi industrial.
Artículo realizado por Iris Simón.

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