Conociendo a

Golomb



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Desde Columbus, Ohio, se asienta una propuesta que no busca el centro ni persigue el equilibrio. Golomb, trío formado por Mickey Shuman, Xenia Shuman y Hawken Holm, construyen una trayectoria marcada por relaciones personales, espacio doméstico y un sonido que se arrastra entre la tensión eléctrica y la ternura desordenada. En sus publicaciones se mezclan hábitos familiares con estructuras musicales que se deforman a cada paso.

Instalados en casa de los padres de Xenia tras su regreso de Los Ángeles, convierten un salón en sala de ensayo, y una cocina en estudio de grabación improvisado. De ahí salen canciones que nunca quieren sonar cerradas. Esa cercanía entre vida y creación atraviesa cada tema como una corriente continua. Su segundo LP, 'The Beat Goes On', da inicio a un camino que evita fórmulas. Alternan explosiones ruidosas con desarrollos que rozan la calma, sin orden previsible. En 'Real Power' introducen una arquitectura que cruje: las guitarras se cruzan sobre un ritmo que empuja, mientras las voces se abren paso entre palabras que parecen salidas de un diario escondido.

El sonido de Golomb no depende de una estructura fija, más bien avanza por sacudidas. En 'Dog' todo arranca en tensión baja: percusión suave, línea de bajo contenida, voces que se arrastran. A medida que avanza, la canción acumula distorsión, gira sobre sí misma, hasta que revienta en un colapso sonoro. La letra llega con frases truncadas, como “walked away from another dream I didn’t want to explain”, que arrastran la sensación de estar escuchando algo privado, dicho casi de paso.

En directo mantienen esa misma lógica: compartir el espacio como si fuera el salón de casa. En un festival local, Mickey ofreció tapones a un niño que se colocó en primera fila, y tras el concierto, invitaron a los asistentes a acercarse y hablar, con padres y amigos entre el público. Esa mezcla entre cercanía familiar e intensidad eléctrica define su forma de estar en escena. Las canciones no se presentan como piezas solemnes, se lanzan con naturalidad, con errores asumidos como parte del juego.

El repertorio crece con temas como 'Other Side Of The Earth', nacido a partir de una escena en un parque donde nadie ayudó a un hombre caído. Ese recuerdo se transforma en una frase que flota en ritmo dub: “Nobody gonna bat an eye, when a stranger gets hurt”. El patrón se repite sin sobresaltos, mientras la voz plantea imágenes que permanecen abiertas. Esa es una constante en Golomb: describen sin precisar, evocan sin completar. Prefieren dejar que el oyente enlace las frases por su cuenta.

La formación cuenta con colaboraciones que desbordan el esquema básico del trío. En 'Be Here Now', el saxofón de Henry Ross entra como una corriente paralela que desordena el espacio. No alivia ni adorna, se introduce para romper lo anterior. La guitarra no sostiene, interrumpe. La batería no marca, aguanta. Las voces no guían, acompañan. Cada instrumento encuentra un lugar que no depende del protagonismo, se trata más de insistencia que de presencia.

Las letras avanzan por fragmentos que nunca llegan a escena completa. En 'Energy', por ejemplo, utilizan contrastes como “heavy emptiness fills me up with love full enough to fly above empty density”, sin intención de aclarar. Las canciones parecen construidas sobre frases que brotan sin conclusión. Los temas parten de una palabra escuchada al pasar, de una imagen vista desde la ventana, de una conversación entre cortes.

Los títulos de sus discos ('Golomb', 'Love' y 'The Beat Goes On') no actúan como etiquetas, funcionan como señales de tránsito. En el EP 'Love', introducen arreglos de violín y percusiones suaves, sin abandonar el ruido de fondo. Esas canciones nacen desde el encierro compartido en casa, grabadas con ayuda de amigos que pasaban por el vecindario. La intención se mantiene: seguir registrando momentos sin buscar grandes formas.

El grupo emplea el ruido como material flexible. Las capas de distorsión se colocan como fondo, no para cubrir, sino para dar espesor. Las voces se dejan arrastrar por el clima sonoro, y el ritmo se construye sobre decisiones pequeñas: pausas inesperadas, repeticiones cortas, entradas que parecen llegar tarde. La batería de Hawken resiste el impulso de llenar cada compás. Prefiere sugerir. El bajo de Xenia traza una ruta sin rigidez, y la guitarra de Mickey no resuelve, rodea.

El nombre del grupo se remonta al apellido de soltera de la madre de Mickey. Lo eligieron tras una cena familiar, como homenaje discreto. Desde entonces, les han preguntado si proviene del personaje de Tolkien o de alguna figura mística, aunque siempre responden con el mismo gesto: Golomb viene de casa. Esa procedencia doméstica marca todo lo demás. Las canciones, los ensayos, las letras y hasta las portadas.

Cada etapa de Golomb muestra una continuidad que no depende de estilo ni de técnica. Lo que cambia es el modo de registrar lo cotidiano. En el primer álbum trazan escenas crudas; en el EP siguiente abren las ventanas; en el último trabajo amplían la escena hacia paisajes más abiertos. En todo el trayecto se mantienen fieles a una idea: capturar lo que está ocurriendo sin pulirlo. Golomb construyen desde lo próximo, lo inmediato, lo que se dice en voz baja mientras se afina una guitarra mal colgada.

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.