Conociendo a

Bleary Eyed



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La buena escuela existente en Filadelfia de bandas que beben del fuzz y esa forma de hacer garage, que no siempre nos deja ante la euforia propia del género, cuenta desde hace unos años con unos alumnos de lo más aventajados como son Bleary Eyed. La banda liderada por Nathaniel Salfi nunca nos decepciona a la hora de aportar a sus composiciones energía caótica y al mismo tiempo esa visión entusiasmante de cómo cualquier punto negro emocional se puede mitigar mejor tirando de distorsiones. De ahí que en estos últimos años hayan ido logrando unas referencias con las que te sientes tan reconfortado como cuando sabes que puedes perder el tiempo un domingo sin que pase nada. Sin embargo, esta no ha sido siempre la tónica general, ya que a lo largo de sus más de cinco años de trayectoria han ido probando en sus temas diferentes formas de purgar todos los problemas existenciales que con el paso del tiempo parece que se van agudizando. 

Remontándonos a su primera referencia, en enero del 2016 tuvimos con nosotros el EP Cherry Blossom, sacando en él el mejor partido posible a sus cualidades más relacionadas con el emo rock más peleón y combativo. Por supuesto, toda buena banda de guitarras de Filadelfia no podía dejar escapar en sus inicios coquetear con algunos aspectos del hardcore, algo que a la postre no sienta nada mal a estas composiciones. A pesar de ello, los derroteros musicales del grupo estaban dirigidos hacia una dirección bien diferente, algo que nos demostraron con su posterior EP Zeeke. Publicado en 2017, en él nos encontramos ante una voluntad por lograr un sonido más pleno y repleto en matices, incorporando a su propuesta teclados y tomándose su siempre en generar ambientes de épica marchita que encajan bastante bien con su discurso. Ejemplificando mejor que nunca aquello de que cuando estás bien mejor no preguntarse los motivos por los que lo estás, este trabajo sirve para sonreír a los vaivenes más positivos que te encuentras en el día a día. 

Sin perder comba en el apartado compositivo, en el mismo 2017 llegaría ante nosotros su LP debut Zach. Editada por Citrus City, estamos ante una referencia marcada por la recuperación de un sonido más directo y agresivo, donde las guitarras por momentos bordeaban el grunge, pero también contenían el cierto toque más desconcertante y oscilante que nos mostraron en su anterior EP. De ahí que temas como el estupendo ‘Glowing White Room’, una canción totalmente cambiante, sinuosa y con ese trasfondo de sonrisa afilada frente a la forma de afrontar los problemas que te van cayendo del cielo. Así es como poco a poco fueron sentando los rasgos diferenciales de su música, explotándolos más de lleno en su siguiente referencia Spectre Run. Este EP llegó en 2020, marcado por dotar a sus composiciones de un mayor dinamismo pop junto a todo lo que implica dejar más de lado sus pedales para encontrar en los punteos una nueva forma de aportar nerviosismo a sus temas. 

Avanzando casi hasta la actualidad, en este pasado verano el grupo nos dejó vía Julia’s War su nuevo LP Guise, una referencia donde se atreven a lograr unas canciones más heterogéneas pero coherentes en su conjunto. Recordándonos a bandas como The Spirit of Beehive en aquello de que muchas veces el mejor plan para hacer canciones es no tener ningún plan, el grupo incorporó a su propuesta de forma activa unos sintetizadores cambiantes que propiciaron un punto más enrarecido y despiadado a los temas. A través de nuevos recursos como coros distantes, mayor ligereza melódica y una gran hiperactividad en los ambientes que subyacen a los temas, se sacaron de la manga composiciones tan definitorias de esta nueva etapa como ‘Holy Hell’, logrando dar un paso más en aquello de ofrecernos pensamientos compulsivos suavizados a través del mayor colorido posible del pop experimental.  

 

Tratando de escribir casi siempre sobre las cosas que me gustan.

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