Confieso que abrí La humanidad en crisis. Diagnóstico y tratamiento con cierto escepticismo. Ya sabéis, esa sensación que te entra cuando ves otro título más anunciando el fin de los tiempos, el desastre ambiental, la crisis existencial, el egoísmo generalizado y todo ese cóctel apocalíptico al que últimamente parece abonado todo el mundo. Pero lo empecé, porque a veces la curiosidad pesa más que el cinismo. Y menos mal.
Para empezar, el libro no es lo que parece. Sí, es una crítica. Sí, es un análisis del desastre. Pero también es algo más raro: un intento serio, meditado y, sobre todo, honesto, de responder a la gran pregunta: ¿y ahora qué? Y eso ya lo pone por encima de la media. Porque hay muchos libros que diagnostican, pero pocos que se atreven a proponer un tratamiento sin sonar a secta o a influencer de bienestar.
La voz que guía este ensayo no es grandilocuente ni alarmista, aunque lo que dice sí es grave. Tiene algo de médico que se sienta contigo a explicarte con calma que tus síntomas no son casuales, que tu malestar tiene raíces profundas, y que si no cambias el estilo de vida, esto no va a terminar bien. El autor no se pone por encima del lector. No sermonea. No dice “yo tengo la verdad”, sino “esto es lo que veo, esto es lo que he entendido, y aquí va mi propuesta”. Y eso se agradece. Mucho.
El texto arranca con un repaso contundente —pero bien fundamentado— de todo lo que no va bien en este mundo: la desconexión con la naturaleza, el vacío existencial, la vida entendida como productividad, la salud mental por los suelos, las redes sociales como placebo emocional, el agotamiento generalizado. Nada nuevo bajo el sol. Pero la diferencia está en cómo lo dice. No hay dramatismo, ni datos lanzados al azar para asustar. Hay una mirada de fondo, integral, que une lo social con lo personal, lo económico con lo emocional. Y eso, hoy, no es tan común.
En la segunda mitad, la cosa cambia de tono: el libro vira hacia la propuesta. No una lista de consejos felices tipo “10 hábitos para salvar el planeta y tu alma”, sino ideas de fondo. Principios. Cambios que no son inmediatos ni fáciles, pero que podrían ser viables si se entienden desde lo colectivo y lo interior al mismo tiempo. El autor habla de silencio, de espiritualidad (sin dogma), de vínculo humano, de presencia. Y lo hace sin cursilerías. No hay incienso, hay lucidez.
El ritmo de lectura es pausado. No es un libro para devorar en una tarde, sino para ir leyendo por capítulos, con un lápiz a mano. Hay párrafos que hacen que levantes la vista y pienses. Eso es lo mejor que puede pasarte con un libro, ¿no? Que te obligue a frenar. Que no te deje igual. Y en ese sentido, La humanidad en crisis cumple.
¿Tiene momentos densos? Sí. ¿A veces se repite en la idea de que el ser humano ha perdido el rumbo? También. Pero esa repetición no es gratuita. Es un recordatorio. Una forma de decirnos: “esto va en serio”. A veces parece que el autor quisiera sacudirnos por los hombros, pero se contiene y prefiere apelar a nuestra inteligencia. A nuestro sentido común. Y ahí acierta.
Si tuviera que compararlo con otros libros, diría que está más cerca de Elogio de la lentitud de Carl Honoré o En defensa de la conversación de Sherry Turkle, que de esos panfletos apocalípticos que abundan. Tiene una base sólida y, sobre todo, no quiere convencerte de nada. Solo mostrarte lo que ve, y dejarte pensar.
Terminé el libro con una mezcla de sensaciones. No salí con esperanza ciega, pero sí con más claridad. No me cambió la vida —ningún libro debería prometer eso—, pero me dejó una semilla. Una duda bien plantada: ¿y si estamos tan distraídos que no vemos lo que realmente importa?
Eso, para mí, ya justifica la lectura.
Así que sí, otro libro más sobre la crisis de la humanidad. Pero este, por suerte, con cabeza, con calma, y con una propuesta de fondo que vale la pena considerar. Que no es poco, viendo cómo está el patio.