El anuncio de un cartel de Primavera Sound nunca es solo una nota informativa. Con cada revelación se abre una conversación sobre dónde se sitúa el festival dentro del pulso global de la música y cómo se articula ese relato con el tiempo presente. La edición número 24, prevista del 4 al 6 de junio de 2026, confirma que el festival mantiene su condición de espacio en el que los regresos conviven con apuestas de futuro, y donde tradición, electrónica y guitarras se entrelazan en un mosaico que rehúye jerarquías rígidas.
Lo primero que salta a la vista es el capítulo de regresos. La presencia de The Cure va más allá de la nostalgia. En 2024 firmaron 'Songs of a Lost World', un álbum que devolvió frescura a una trayectoria de décadas, y su paso por el festival se percibe como confirmación de vigencia, no como simple recordatorio. También sobresale la vuelta de The xx tras casi diez años de silencio: un grupo que supo erigir atmósferas íntimas en tiempos de hiperconexión y que ahora aparece en un contexto en el que esa cualidad resulta más relevante que nunca. A ellos se suma el regreso de My Bloody Valentine, maestros del shoegaze, con un directo que promete ser uno de los momentos más extremos en términos de intensidad. Y en paralelo se produce el aterrizaje de Massive Attack, hasta ahora ausentes del festival, que llegan para saldar una deuda histórica con Barcelona y con un público que ha seguido escuchando su legado trip hop a lo largo de tres décadas.
La segunda línea de lectura pasa por la electrónica, que adquiere una centralidad incuestionable. Skrillex y Peggy Gou representan dos polos de alcance global: el primero, con su capacidad para alterar el mainstream desde la distorsión digital; la segunda, convertida en icono de la pista de baile contemporánea. Esa apuesta se prolonga en la clausura electrónica Primavera Bits, que con nombres como Carl Cox o Joseph Capriati refuerza la idea de que el festival no entiende la electrónica como un complemento, sino como un territorio propio, con peso narrativo y autonomía estética.
El tercer gran eje se sostiene en torno a las guitarras. En la programación emergen nombres como Big Thief, cuyo folk expansivo ha logrado conectar públicos dispares; Wet Leg, que han sabido revitalizar la frescura del garage en clave contemporánea; o Slowdive, que continúan explorando la segunda juventud de un sonido reverberante. Little Simz, aunque asociada al rap británico, incorpora en directo una banda eléctrica que la sitúa en un terreno híbrido. La recuperación de Texas Is the Reason y Rilo Kiley añade una capa de memoria histórica: dos proyectos que marcaron épocas concretas y que vuelven ahora a reinterpretar su legado en un escenario global. En paralelo, The New Eves sugieren un futuro abierto para el rock, desde una perspectiva menos codificada y más libre de ataduras.
El valor del cartel también reside en lo que podríamos llamar sorpresas de laboratorio. Ahí se sitúan propuestas como la gaita escocesa de Brìghde Chaimbeul, que transforma un instrumento ancestral en herramienta de experimentación; o el noise abrasivo de Melt-Banana, cuya energía incontrolada aporta riesgo a un festival de grandes dimensiones. En esa misma franja se inscriben Smerz, con su visión minimalista y fragmentada de la electrónica, y el brillo global de Addison Rae, que trasciende la etiqueta de fenómeno viral para posicionarse como figura del pop contemporáneo.
La sensación general es que Primavera Sound 2026 vuelve a ejercer de espacio de cruce. Cada edición construye un relato distinto, pero en este caso la narrativa parece articularse sobre tres columnas: los regresos de nombres históricos, la expansión de la electrónica como lenguaje transversal y la persistencia de las guitarras como núcleo de emoción colectiva. A partir de ahí, todo lo demás se suma como ramificación, ya sea la tradición reescrita, el pop global o la experimentación más arriesgada.
Lo que queda, en estas primeras impresiones, es la imagen de un festival que no solo programa conciertos, sino que dibuja una cartografía sonora. Un mapa en el que pasado, presente y futuro se solapan, y en el que Barcelona vuelve a proyectarse al mundo como ciudad que vibra al ritmo de una comunidad global.