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Postales de aquellos días, de María Criado



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Hay libros que te agarran de la mano sin avisar. No porque griten, ni porque pretendan revolucionar el género, sino justo por lo contrario: por lo silenciosamente verdaderos que son. Postales de aquellos días, de María Criado, es uno de esos. Una historia contada sin alardes, pero que se queda en el cuerpo mucho después de haber pasado la última página.

No te voy a hablar de la Guerra Civil Española ni de la historia como quien repite lo que aprendió en clase. Porque esta novela no va de eso —o no solo—. Va de una mujer que aprende a sostenerse en pie cuando el suelo tiembla, de cómo se reconstruye una identidad cuando has dejado todo atrás, incluso partes de ti que ya no sabes si podrás recuperar. Va de lo cotidiano atravesado por el desarraigo, de las decisiones que se toman sin tener tiempo de pensarlas, de lo que cuesta empezar de nuevo en tierra desconocida.

Cecilia no es heroína ni mártir. Es alguien como tú o como yo, que de pronto se ve subida a un barco con destino incierto, sin saber que lo que está por vivir la marcará más que cualquier guerra. Es esa voz que empieza suave, insegura, pero que poco a poco se afianza, se agarra a lo nuevo con las uñas si hace falta, hasta encontrar un modo —suyo, imperfecto, humano— de seguir adelante. Hay algo profundamente conmovedor en ese proceso, en la forma en que la vemos tambalear, callar, observar, y finalmente, actuar. No porque alguien se lo indique, sino porque algo dentro de ella se transforma.

Lo curioso de esta historia es cómo todo se va contando desde una intimidad casi susurrada. Hay un ritmo en la escritura de María Criado que no busca deslumbrar, sino acariciar. Es pausado, sí, pero también inevitable. Como cuando lees una carta antigua, de esas que ya amarillearon por el tiempo, y sientes que estás espiando el alma de alguien. Esa forma de narrar exige atención, sensibilidad, un tipo de lectura que no se hace a las apuradas. Pero si le das el tiempo que pide, te devuelve algo valioso: una conexión emocional profunda, sincera.

Las cartas, de hecho, son el corazón de la novela. Más allá de su contenido, son testigos del paso del tiempo, de la transformación de Cecilia, de sus duelos y sus pequeños triunfos. Lo que me impactó fue cómo cada palabra escrita —o a veces evitada— revela tanto: las ausencias, los silencios, el miedo a preocupar a los que quedaron en casa... Todo eso que nunca se dice del todo y, sin embargo, se siente con fuerza. A través de las cartas, no solo se reconstruye una historia individual, sino también una memoria colectiva, un puente entre lo que se fue y lo que se está intentando construir.

Y luego está Buenos Aires, claro. No como simple escenario, sino como ese lugar que te da la bienvenida mientras te recuerda que no eres de allí. María Criado no pinta una postal romántica del exilio. No idealiza. Describe con honestidad lo que implica reubicarse: el idioma compartido pero no del todo, las costumbres que descolocan, la sensación de estar viviendo una vida prestada mientras la tuya se quedó en un puerto europeo. La ciudad aparece a ratos cálida, vibrante, y a ratos lejana, confusa, como suele ser cualquier lugar nuevo cuando se llega con el corazón hecho trizas.

Lo que más me conmovió es cómo la novela no cae nunca en el drama fácil. No hace falta exagerar el dolor para que duela. María Criado te deja acompañar a Cecilia en su proceso, sin empujarte, sin manipularte emocionalmente. Y eso se agradece. Porque tú también terminas sintiendo esa mezcla extraña de gratitud por lo nuevo y nostalgia por lo perdido. Te ves en esos grises, en esas ambivalencias que no siempre se pueden poner en palabras, pero que son tan reales.

Además, me sorprendió gratamente cómo el libro muestra que migrar no es solo un cambio de país, sino un cambio de piel. Cecilia pasa de ser la joven que obedece y acompaña, a la mujer que decide por sí misma. El Atelier, el tango, los aromas de vainilla, las amistades inesperadas, incluso las traiciones... Todo eso son pequeñas capas que la van cubriendo hasta que se redescubre. Y cuando finalmente le toca plantearse si volver o no, ya no es la misma. Ni podría serlo. Esa pregunta —volver o quedarse— deja de ser geográfica y se convierte en algo mucho más profundo: ¿quién soy ahora?

Pero no esperes una resolución de película. La historia no te da respuestas cerradas, sino preguntas bien planteadas. ¿Se puede volver alguna vez del todo? ¿Somos quienes fuimos o quienes decidimos ser cuando todo cambió? Esas interrogantes quedan flotando al final, no como falta de cierre, sino como invitación a la reflexión. Porque la vida, como esta novela, rara vez se resuelve de forma redonda.

Postales de aquellos días no solo cuenta una historia de época. Es, en realidad, una historia del alma humana cuando está a la intemperie. Es ideal si buscas algo que te acompañe durante días, que te deje pensando en medio del silencio, que te haga mirar las cartas viejas con otros ojos —si es que aún las guardas—. Es un libro que no se impone, pero se queda. Y te cambia.

Y si alguna vez sentiste que estabas entre dos mundos, dos vidas, dos versiones de ti mismo... créeme, este libro es para ti.

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Redacción Mindies

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