Rosalía no se lo ha puesto fácil a aquellos que salivaron con “El mal querer”; si ya en su segundo largo su particular revisión del flamenco con música urbana partió más de un carné de afiliado, con su nuevo plástico sube la apuesta y en más de un caso exigirá un acto de fe. Estamos ante su trabajo más ambicioso y a la vez, más minimalista, una economía de recursos levantada por hasta once productores que cogiendo elementos sencillos logran mediante una yuxtaposición perfectamente calculada una endiablada paleta de estilos y sonidos. Cabe destacar el uso del lenguaje como un recurso rítmico más, por supuesto libre de la semántica y cualquier atadura a la RAE, que aboga por el verso libre y la abstracción, aquí lo que importa es cómo lo dice y no qué dice. ¿Un nuevo Glíglico, un guiño intencionado a “Rayuela”, su libro favorito? La palabra subyugada al formato, el contenido es un juego que nos plantea y hace partícipe al oyente y para ello se quita el chándal y los tacones y se presenta en la portada desnuda, llevando solo un casco, como una venus del renacimiento. He aquí la “Motomami”. Aprovechando lo reciente de este lanzamiento, la artista saldrá de gira presentando estas nuevas canciones por todo el país.
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